domingo, 7 de julio de 2013

Tras las huellas de Borges



 Si hay un nombre que es sinónimo de Buenos Aires, es el del escritor Jorge Luis Borges. Su presencia se siente en casi cada esquina de esta diversa y maravillosa ciudad.

Juan Manuel Orbea

Todo camino a seguir es una toma de decisión. Y ésta, la mayor parte de las veces, nace de la subjetividad arbitraria del que decide –ya sea porque sí o porque no o tan sólo porque quién sabe– ir por ahí en lugar de por allá. Si Jorge Luis Borges se planteara esta disyuntiva, si acaso estuviera en la encrucijada en la que me encuentro a la hora de plasmar una hoja de ruta borgeana en Buenos Aires, probablemente pensaría en algún laberinto y sus infinitas bifurcaciones, o tal vez disertaría sobre el asunto, con afilada ironía e ilimitada sabiduría con el otro Borges, seguro riendo divertido frente al espejo.
Pero Borges no está acá. O en realidad está en todas partes de la capital porteña, multiplicado en cafés, casas, calles, librerías, plazas y hasta en la misma gente. Y para no seguir hablando de Borges –que es cosa seria y para gente seria– mejor iniciamos este no tan breve viaje –arbitrario pero interesante, subjetivo pero honesto– por su Buenos Aires; ahí, donde aún se lo puede ver y sentir caminando e imaginando historias.


1. Calle Jorge Luis Borges

Por esta calle (ex Serrano) deambuló sus primeros años de vida (de los 2 a los 15). Vivió en dos casas cuyas construcciones, por cierto, ya no existen: primero en el 2135, casa de su abuela Fanny y en donde el pequeño Georgie comenzó su estrecha relación con el habla inglesa. Al poco tiempo se muda al número 2147. Ahí inicia quizá su relación más íntima y profunda con los libros y sus entrañas: las palabras y las ideas, gracias a la memorable Biblioteca Borges. Y en Palermo (su “Palermo Viejo”) en este barrio arrabalero, de malevos y criollos, tan presente en su obra y tan adorado por su memoria, también descubrió el tango, viendo aquellos muy hombres bailando con hombres. Y se inspiró para escribir, entre otros, “Fundación mítica de Buenos Aires”, poema que deja constancia del lugar de su propia infancia: “Una manzana entera en mitad del campo /expuesta a las auroras y lluvias y sudestadas. /La manzana pareja que persiste en mi barrio: /Guatemala, Serrano, Paraguay, Gurruchaga”. Y aunque hoy esta zona del barrio está absorbida por la moda y el consumo “in”, aún tiene mucho de aquellos tiempos, y por supuesto: de la sombra de Jorge Luis siempre omnipresente.

2. Fundación Internacional Borges


 También en Palermo, casi Barrio Norte, está esta fundación (Anchorena 1660; al lado de una de las casas donde vivió, en el 1672, y donde escribió el célebre cuento “Las ruinas circulares”), creada por su esposa y viuda, María Kodama. Buen sitio para continuar la ruta de Borges. Visitar el museo y disfrutar de la visita guiada es como internarse en un laberinto con muchas salidas, llenas de conocimientos, anécdotas y universo borgeano. En él uno se empapa de la visión universal de Borges a través de objetos, libros e historias que conforman su mente aléphica.

3. Cementerio de la Recoleta


 Quién lo dijera: en este lugar, donde caminó solo innumerables veces imaginando un nuevo cuento; o acompañado de su mejor amigo, Adolfo Bioy Casares, elucubrando alguna historia firmada por Bustos Domeq o polemizando sobre la dualidad de la muerte así como de la vida; aquí quiso ser enterrado. Pero sabemos que si algo no tenemos los mortales es poder de decisión una vez muertos. Y ni Borges se salvó de eso, que mora –por ahora– eternamente en Ginebra. Como sea, pasear por este cementerio es una experiencia tan literaria como borgeana, y en cualquiera de sus callejones podemos, quizá, con suerte, vislumbrarlo cruzar con su bastón, guiado por su talento hacia la inmortalidad que sus libros le dieron. O por qué no: visitando en silencio, entre lágrimas y risas, casi invisible, la tumba de su amigo.

4. La Biela


 Este bar (Quintana y Ortiz), en el barrio más aristocrático de la ciudad, tiene más de
150 años de existencia. Se llamó La Viridita, después Aerobar y, tras un infortunio automovilístico menor en 1950, La Biela. Este lugar, que mira frente al Cementerio de la Recoleta y la Iglesia del Pilar, es tan emblemático de la ciudad como Borges. Acá, el ilustre poeta, ensayista y cuentista pasó incontables horas de su vida en medio del bullicio de la alta y culta sociedad a la que, como la del arrabal palermitano, también perteneció. Nadie que venga a Buenos Aires puede dejar de tomar al menos un café (barato no es, para nada), y sentarse sea en la terraza frente al centenario gomero de ramas gigantes o adentro, junto a esa mesa con las esculturas de Borges y Bioy Casares, dos de sus más ilustrísimos clientes.
J.L.B. vivió a pocas cuadras de ahí (Quintana 263), donde escribió la mayor parte de su libro de cuentos más recordado: “El Aleph”.

5. Departamento de Maipú 994 (esq. M.T. de Alvear)

En pleno Microcentro residió Borges la mayor parte de su vida, en el departamento ‘B’ del 6to piso, con su madre y algunos años con su hermana. Ahí escribió innumerables obras. Alguna vez afirmó que de no tener que viajar, dar charlas, presentar libros y hacer tantas cosas a las que su condición le obligaba, se quedaría ahí leyendo y siempre leyendo. Dio en este lugar sus más memorables entrevistas. Sólo se fue por un tiempo cuando su primer matrimonio. Y cuando uno va al edificio (allá aquél que no toque el timbre y pregunte por él, aunque le respondan de mala gana) y busca su sombra por ahí, no puede salvo reír imaginando al a veces agnóstico y otras ateo rezando un Ave María sólo para hacer feliz a su madre.

6. Plaza San Martín

Ésta era una de las plazas que más frecuentaba el creador de “Ficciones”, más aún viviendo a menos de una cuadra del departamento de Maipú. Caminar por aquí pensando en él provoca otro tipo de sensaciones. Incluso, tras recorrer todos sus senderos y aristas, sentándose en uno de sus bancos (quizá frente a otro milenario gomero que cuida eternamente las espaldas del Libertador San Martín), para luego cerrar los ojos y tratar de sentir como lo hacía Borges cuando la vista comenzaba a fallarle y tuvo que sensibilizar el resto de sus sentidos. Ésta es, sin duda, una gran experiencia sensorial.

7. Gran Hotel Dora


 ¿Saben cuál era la comida favorita de Borges? Dicen por ahí que el arroz con manteca y queso rallado, acompañado de un vaso con agua. ¿Y su restaurante porteño favorito? Varios, muchos más que dos. Uno de ellos, quedaba –aún queda– a metros de Maipú 994, para ser exactos en el 963, en el Gran Hotel Dorá. Durantes los años ‘60 y ‘70 fue un habitué de este lugar. Y cuando llegaba –solo o acompañado de amistades cercanas–, fuera para almorzar, tomar el té o cenar, tenía una mesa reservada para él siempre, sin excepción. Este hotel es un clásico del Microcentro y un buen rincón en busca de las huellas borgeanas, para husmear el recuerdo de su sombra gastronómica.

8. Biblioteca Nacional

 
Desde el hotel hasta la calle México 564 es un lindo paseo, sea por Florida o por las semipeatonales paralelas como San Martín o Resistencia, y pasando por Plaza de Mayo y otros lugares llenos de nostalgia e historia. Recorrido que Jorge Luis Borges seguramente hizo innumerables veces para ir a esa dirección: la Biblioteca Nacional, de la que fue director durante 15 años (estuvo tres años más en la nueva sede de Agüero, que ayudó a crear). Hermoso edificio que hoy alberga el Centro Nacional de Música, aunque en su fachada aún se lee “Biblioteca Nacional”. Al lado está el edificio original de la Sociedad Argentina de Escritores, que Borges presidió en Monserrat y a pasos de San Telmo.

9. Calle Juan de Garay

El Aleph, ese punto en el espacio que contiene todos los puntos del mundo al mismo tiempo, el espejo y centro de todas las cosas, en el cual todo confluye y se refleja a la vez y sin sobreposición, según Borges de 2 a 3 centímetros de diámetro y parecido al cristal, es quizá el objeto más enigmático y célebre de toda su obra. Según el cuento, esa cosita que contiene todo el saber universal (entre otras interpretaciones, se dice representa una biblioteca con todos los saberes y cosas del universo viéndolas a la vez) se encontraba en el sótano de una vieja casa de la calle Garay. Obvio: los borgeanos de corazón no pueden dejar de ir a esa avenida y tratar de imaginar la casona en la que el autor de “Historia universal de la infamia” se inspiró. Recomendamos empezar desde la estación de trenes de Constitución y enfilar por Garay en busca de ese tiempo y el espacio y todas las cosas del cosmos reunidas en una.

10. Librería Clásica y Moderna


Para terminar la ruta borgeana, propongo visitar una librería (si las huellas de Borges pueden atraparse, no hay mejor lugar para hacerlo). Puede ser La Ciudad, en Galería del Este, a metros de su casa de Maipú que fue como su segunda casa; El Ateneo, ex teatro Gran Splendid, en Santa Fe 1860, una de las librerías más impresionantes y bellas del mundo –la segunda más linda, según el diario inglés The Guardian, y que por cierto J.L.B. no conoció-; o bien Clásica y Moderna. Esta librería, situada en Callao 892, es más que una librería. Es un bar, café y espacio cultural donde los libros saltan del papel a través de sus autores, quienes dan conferencias, charlas –que Borges también brindó–, presentaciones de libros, espectáculos escénicos y musicales. Este pequeño pero hermoso espacio asemeja un aleph interactivo dignísimo, sin duda, para cerrar con broche de oro esta subjetiva ruta. Porque para ir tras las huellas de Borges sobran rutas, tantas como sus laberintos.

Nota de la revista Cielos Argentinos

Fuente : Infonews


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