domingo, 31 de marzo de 2013

Documento : Conferencia de Borges en Montevideo – 1949



Sobre “La literatura fantástica”, disertó Jorge Luís Borges.

Montevideo, El País, 2 de diciembre de 1949


En la sala de “Amigos del Arte” Jorge Luís Borges dio ayer, una conferencia sobre el tema: “La literatura fantástica”.

Un público numerosísimo escuchó con profundo interés, la palabra del autor de Ficciones.

Es inevitable que una disertación como ésta –comenzó manifestando Borges–, constituya una vindicación, una apología de la literatura fantástica.

En efecto: se propende a suponer que la literatura fantástica es una especie de capricho contemporáneo; y créase, en cambio, que la verdadera literatura es aquella que elabora novelas realistas, y que ofrece una verosimilitud casi estadística.

La verdad, sin embargo, es que, si nos alejamos de tal creencia, y examinamos la historia de las literaturas, se comprueba lo contrario, las novelas realistas empezaron a elaborarse a principios del siglo XIX, en tanto que todas las literaturas comenzaron con relatos fantásticos. Lo primero que encontramos en la historia de las literaturas, son narraciones fantásticas. Y, además, esto mismo ocurre en la vida de todos nosotros, pues los primeros cuentos que verdaderamente nos han encantado, son los cuentos de hadas. Por otra parte, la idea de la literatura que coincida con la realidad es una idea que se ha abierto camino de un modo muy lento; así, los actores que, en tiempos de Shakespeare o de Racine representaban las obras de éstos, no se preocupaban, v. gr., del traje que debían vestir en escena, no tenían esta especie de escrúpulo arqueológico sustentado por la literatura realista. La idea de una literatura que coincida con la realidad es, pues, bastante nueva y puede desaparecer; en cambio la idea de contar hechos fantásticos es muy antigua, y constituye algo que ha de sobrevivir por muchos siglos.

Los procedimientos de la literatura fantástica pueden reducirse, ciertamente, a unos pocos.

Hay, por ejemplo, un procedimiento que es bastante raro, y lo encontramos en un libro que es todo lo contrario de un libro fantástico, en “El Quijote”. Todos sabemos que “El Quijote” fue escrito contra las novelas de caballería, y que representa una especie de protesta de lo real contra lo fantástico. Pero en “El Quijote” ocurre esto: cuando Cervantes, con él censuró las novelas de caballería, ya la boga de éstas se encontraba en decadencia; al atacarlas, pues, Cervantes no quiso censurar a otras personas que gustaban de las mismas, sino que quiso arrepentirse –conclusión más patética si se quiere– de una afición suya a lo fantástico. Y esta es, por cierto, la paradoja: el encanto de “El Quijote” reside en el carácter fantástico que conserva el relato; el mundo real de “El Quijote” es, hoy, para nosotros, fantástico, es, en efecto, romántico. Muchos son los rasgos fantásticos que existen en “El Quijote”. Uno de ellos lo advertimos en los primeros capítulos, en la parte donde se nos dice que todo el libro está traducido de un manuscrito árabe. Hallamos, también, la intercalación de novelas cortas, y es el mismo procedimiento que encontramos, por ejemplo, en “Hamlet”, en cuyo escenario se representa, efectivamente, una tragedia que puede ser la de Hamlet. Pero hay particularmente, este rasgo que parece el más asombroso de todos: en la segunda parte, encontramos que los personajes han leído la primera parte. Existe, allí, un efecto mágico: nos parece, sí, muy raro el hecho de que los héroes de “El Quijote” sean también lectores. Buscando algunos antecedentes de este procedimiento literario, consistente en que la obra de arte aparezca en la misma obra de arte, él –dijo entonces– había encontrado tal juego, aunque de un modo más débil, en los ejemplos siguientes: en un episodio del tercer canto de “La Ilíada”; en una circunstancia del arribo de Eneas a Cartago en “La Eneida” de Virgilio; en uno de los últimos actos de “Per Gynt” de Ibsen; y en una historia de la literatura sánscrita.

Aparte de esta especie de juego entre la ficción y la realidad –prosiguió exponiendo Borges–, hay, también otra forma menos literaria y más antigua, cual es esa en la que se cruzan el plano onírico y el plano objetivo. Aquí podrían citarse ejemplos de sueños proféticos. Un ejemplo bien remoto lo advertimos en una novela china, que se ha traducido al inglés. El mismo juego de los sueños y la realidad, lo encontramos después, en aquel pasaje de la flor onírica del poeta inglés Coleridge. Luego hay una novela de H. G. Wells, “La máquina del tiempo”, en la que aquél –suponiendo que hubiera conocido ese pasaje de Coleridge– parece haberse resuelto a inventar una cosa todavía más extraordinaria, creando entonces una flor del porvenir. Y, por último, hay una novela inconclusa de Henry James, donde hallamos un objeto mágico más raro que la flor onírica de Coleridge y que la flor del porvenir de Wells: no ya la idea de un viaje en el tiempo –imitada de Wells–, sino el retrato de un muchacho del siglo XX ejecutado por un pintor del siglo XVIII, retrato que resulta lo más raro, porque es, a la vez, una causa y un efecto.

Una tercera forma de la literatura fantástica, pero que presenta ya algunos problemas, es la de los dobles. El –expresó–, recordaba, por ejemplo, una novela de Henry James en la cual hay un doble, referido a un juego por el tiempo, pero un juego curioso, puesto que se refiere a un tiempo que es posible, a un tiempo que no ha existido. Luego, un cuento de Poe, donde estamos frente a un símbolo de la conciencia. Esta idea del doble –subrayó–, la hallamos, por lo demás, en todas las literaturas fantásticas.

Podría suponerse, de tales pocas formas, que hay una verdadera pobreza en la literatura fantástica. Si ésta fuera un mero juego de la fantasía, entonces todos los escritores fantásticos habrían encontrado miles de temas. No es así, sin embargo. El hecho de que vuelvan siempre a alguno de esos temas, significa que tales temas tienen una importancia, quiere decir que ellos son símbolo de algo. Por ejemplo: habría otro tipo de cuento fantástico: la idea de la invisibilidad, en las “Mil y una noches” figura v. gr., la idea de un talismán; en la novela alemana, encontramos la idea de una capa; y Wells, a su vez, imagina un hombre estrictamente invisible. ¿Por qué Wells ha contado esa historia? Porque ese hombre perseguido y solo, de su novela, viene a ser una especie de símbolo de la soledad. Y lo mismo ocurre con los demás temas de la literatura fantástica, porque son como verdaderos símbolos de estados emocionales, de procesos que se operan en todos los hombres. Y lo mismo ocurre con todos los demás temas de la literatura fantástica, porque son como verdaderos símbolos de estados emocionales, de procesos que se operan en todos los hombres. Por eso, no es menos importante la literatura fantástica que la literatura realista. Y ante dos ejemplos como “Crimen y castigo” de Dostoievski y la historia de Macbeth, v. gr. es de creer –afirmó Borges–, que ninguna persona pueda pensar que una obra es menos real y menos terrible que la otra; porque, simplemente, se trata de convenciones literarias distintas.

Volviendo al tema de los dobles –dijo Borges–, es interesante comprobar que en la historia de la filosofía se habla de dobles, con una idea mucho más extraordinaria. Así, esa idea que advertimos en los estoicos, en los pitagóricos, en Hume, en Nietzsche, de que el mundo se repite cíclicamente, y que viene a ser una especie de exacerbación del tema de los dobles. Pero hay otras conjeturas más asombrosas todavía, por ejemplo, esa del idealismo y, aún, la del solipsismo, por la cual se supone que sólo existe una persona en el mundo, y que esa persona sueña toda la historia del universo. Podríamos, entonces, llegar a la conclusión de que los sueños de la filosofía no son menos fantásticos que el género fantástico. ¿A qué género pertenecemos pues, en realidad?

La literatura fantástica se defendería, así, con dos argumentos: podemos suponer que cada una de las fábulas que integra la narración fantástica es una imaginación; pero al mismo tiempo, que corresponde a sensaciones y procesos que son efectivamente reales. Por ejemplo, el tema del hombre invisible de Wells es la misma idea de “El proceso” de Kafka. Estas dos obras, tan distintas entre sí, puesta que una es representativa de la literatura fantástica científica y la otra pertenece a un mundo de pesadillas, constituirían dos símbolos de la soledad. Y ésta es algo que se repite siempre en todos los hombres. Podríamos imaginar, aún, una novela realista cuyo tema fuera, también, la soledad; y serían entonces, tres símbolos de esa misma soledad. Stevenson, creador de admirable obras fantásticas y realistas, dice, al hablar de los problemas del novelista y del historiador, que los problemas literarios del novelista que deben referir algo que ha soñado, son iguales a los del historiador y que, además, en los historiadores de tipo narrativo, como Tácito, Voltaire, encontramos las mismas habilidades que vemos en un novelista. Lo importante, pues, sería esto: todas las personas tienen una serie de experiencias: expresar símbolos de esos estados, es el fin de la literatura fantástica.

Las conjeturas de la filosofía son, todavía, mucho más asombrosas que las literarias. Por ejemplo, la idea de que sólo existe en el mundo cada uno de nosotros, es más terrible que cualquier cuento fantástico. De otra parte, esa idea de la obra de arte que aparece en la obra de arte, no dice que, en cierto modo, podemos ser irreales para otros; aquí está insinuada –según lo creía Borges–, la idea de que somos una ficción.

Él, pues, como final –terminó diciendo, nos proponía esta pregunta sencilla y, de algún modo, terrible: ¿nuestra vida pertenece al género real o al género fantástico?; ¿no será porque nuestra vida es fantástica, que nos conmueve la literatura fantástica?

Fuente : Letras Uruguay
Montevideo, El País, 2 de diciembre de 1949
Resumen de Carlos A. Passos

 

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