jueves, 25 de octubre de 2012

Borges y las ventanas de Luis Montoto
  
Fernando Iwasaki



           Entre 1919 y 1920 Jorge Luis Borges vivió en Sevilla, donde sabíamos que publicó su primer poema y militó en el Ultraísmo. ¿Pero qué otras cosas hizo Borges en Sevilla? A través de su correspondencia y de los recuerdos de Manuel Forcada Cabanellas descubrimos un Borges inédito, gamberro y flamencólico.

          En sus apretadas memorias -Un ensayo autobiográfico (1970), originalmente publicadas en inglés- Borges recordó que "Pasamos el invierno de 1919-1920 en Sevilla, donde vi impreso mi primer poema. Se titulaba «Himno del mar» y apareció en la revista Grecia, en su número del 31 de diciembre de 1919". Por lo tanto, el adolescente Borges perdió en Sevilla su virginidad poética y se apuntó a todos los happenings ultraístas que organizaban los impredecibles Isaac del Vando Villar y Adriano del Valle. Con el correr del tiempo, Borges se arrepintió de su pasado ultraísta y no sólo eliminó de su bibliografía títulos como Inquisiciones (1925) y El tamaño de mi esperanza (1926), sino que se despachó malignamente contra su estancia sevillana en Un ensayo autobiográfico: "En Sevilla me acerqué al grupo literario constituido alrededor de Grecia. Este grupo, cuyos miembros se llamaban a sí mismos ultraístas, se había propuesto renovar la literatura, una rama de las artes de la cual nada sabían. Uno de ellos me dijo una vez que todas sus lecturas habían sido la Biblia, Cervantes, Darío y uno o dos de los libros del Maestro: Rafael Cansinos Asséns. Desconcertó a mi mente argentina el enterarme de que no sabían francés ni tenían sospecha alguna de que existiera algo llamado literatura inglesa. Incluso me presentaron a un talento local, conocido popularmente como el Humanista, y no tardé mucho en descubrir que su latín era mucho más escaso que el mío. En cuanto a la revista Grecia, su director Isaac del Vando Villar, había conseguido que toda su obra poética fuera escrita para él por uno u otro de sus colaboradores. Recuerdo que uno de ellos me dijo un día: «Estoy muy ocupado. Isaac está escribiendo un poema»".

          Sin embargo, gracias a las referencias que he podido espigar en Cartas del fervor (1999) –volumen que reúne la correspondencia que Borges mantuvo con Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda entre 1919 y 1928- y en el rarísimo De la vida literaria: Testimonios de una época (1941) del argentino Manuel Forcada Cabanellas, creo que puedo ofrecer algunas divertidas instantáneas de las correrías sevillanas del joven Borges.


            Comenzando por las Cartas del fervor –fechadas todas en el antiguo Hotel Cécil- Borges se dirigió así a Maurice Abramowicz el 12.I.1920: "He hecho aquí algunos amigos, unos tipos muy amables, poetas ultraístas, fervientes adoradores de Baudelaire, Mallarmé, Pérez de Ayala, Apollinaire, Darío... y con ellos mucho he noctambulado, discutido, emitido juicios arbitrarios bajo los excelsos reverberos cuyas llamas de oro me hacen pensar (ultraístamente) en Budas fervientes que invocan la noche frondosa, he vaciado copas, inspeccionado bailes de prostitutas, comido churros, jugado e incluso ganado a la ruleta, y anteayer por la noche [he] visto el amanecer que se abría en una tormenta de luz sobre el Guadalquivir y transformaba los vidrios del pequeño café donde estábamos en raras y espléndidas vidrieras de púrpura y azul pálido". La pregunta obvia es: ¿desde dónde contempló Borges el río a través de los cristales, mientras bailaba el mujerío?

          La primera imagen que me viene a la mente es la de los cafés cantantes del casco antiguo, pero hacia 1920 ya no existían ni el «Café del Burrero» de la calle Tarifa ni el célebre «Café de Silverio» de la calle Rosario, y -en cualquier caso- desde ninguno de los cafés del centro podía divisarse el río a través de los cristales. No obstante, en Los cafés cantantes de Sevilla (1987), Blas Vega -estudioso de los escenarios del cante jondo de fines del siglo XIX y de principios del XX- nos habla de «El Berrinche», «El Sol Naciente» y «La Perla», entre otras tabernas flamencas del Altozano, como esa «Casa Rufina» que Fernando el de Triana recordaba nostálgico en Arte y artistas flamencos (1935). Por ello se me antoja verosímil que a Borges le sorprendió la rasca de las madrugadas en alguna taberna de Triana y que vio reverberar los primeros rayos del sol sobre el Guadalquivir, entre tangos y bulerías.

          Por otro lado, Manuel Forcada Cabanellas fue un olvidado escritor argentino que no destacó ni por su prosa ni por sus ficciones, sino por sus memorias dispersas en libros sobre la guerra civil española o las tertulias literarias de Buenos Aires y Madrid. En su Diccionario de las Vanguardias en España (1999) Juan Manuel Bonet le dedicó unas líneas donde aludía a su estancia juvenil en Sevilla, a sus colaboraciones en Ultra y Grecia y a su amistad con Borges, Valle Inclán y García Lorca. Precisamente, sobre cómo escribía sus primeros poemas el joven Borges, Manuel Forcada Cabanellas apuntó lo siguiente: "Furtivamente, temeroso de ser sorprendido en cualquier instante, creaba Borges en las floridas plazas, apuñaladas de ardientes pasiones moriscas, de la ciudad, o por los rincones anegados de silenciosas penumbras soñolientas de su hotel, sus primigenias inquietudes líricas vanguardistas. Un día –ya que actuábamos desde tiempo atrás, complotados con sus familiares, de cautelosos pesquesas- logramos arrancarle un hermoso poema -«Canción al mar»- el que publicó Vando-Villar en la revista «Grecia», desflorando así su incontenible y valioso estro lírico en Sevilla".

            Según Forcada Cabanellas, los ultraístas celebraban sus tertulias en el hotel de los Borges, aunque no para atraer al joven Jorge Luis, sino a su hermana Norah: "Con Adriano del Valle y Vando Villar iba yo con frecuencia al hotel –que creo recordar era el «Cécil», ubicado en la amplia y cuadrada plaza de San Fernando- en el cual se hospedaba Borges. En el «hall» del hotel, exornado con primorosas lámparas, cerámicas y tiestos sevillanos con claveles reventones, pasamos muchas tardes y veladas, cuyas tertulias inolvidables matizábanse con lecturas líricas, generalmente a cargo del admirable declamador oficial Adriano del Valle. En aquellas lecturas se alternaba con poemas de diversas tendencias estéticas para así complacer a la entonces adolescente hermana de Georgi, la actual fina artista Norah Borges de Torre..., que gustaba rematar por igual los finales de Apollinaire y Max Jacob, como los de Rubén, Nervo o Verlaine, con su deliciosa y característica exclamación argentina: «¡Oh, qué lindo, qué lindo!»".

          Una de esas noches, Forcada Cabanellas fue testigo de cómo Isaac del Vando-Villar, Adriano del Valle y otros gamberros del Ultra llegaron corriendo al antiguo hotel Cécil, exhaustos y muertos de risa porque "volvían íntimamente satisfechos de apedrear la casa y destrozar la rancia biblioteca del Cronista Oficial de la Ciudad, el entonces anciano poeta Luis Montoto y Rantenstrauch". Entre aquellos exaltados ultraístas también estaba Jorge Luis Borges, hecho un «cani» de la poesía ultraísta.

          He querido convocar esa imagen sudorosa y risueña del joven Borges, para comprender por qué no fue más amable con sus vivencias sevillanas: porque aquí escribió versos como piedras y lanzó piedras como si fueran versos.

Manuel FORCADA CABANELLAS: De la vida literaria. Testimonios de una época, Editorial Ciencia (Rosario, 1941).

Jorge Luis BORGES: Cartas del fervor. Correspondencia con Maurice Abramowicz y Jacobo Sureda, Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores / Emecé (Barcelona, 1999).

Fuente : ABC de Sevilla  - 13-10-2007

 

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