domingo, 19 de junio de 2011

Borges no ha muerto


Se agigantó, creció inmensa e intensamente y sigue aumentando su prestigio: las fervorosas respuestas de sus lectores en el mundo entero lo confirman. Hasta podríamos hablar de una "borgesmanía", una adicción, una devoción casi sacrosanta.

¡Cuántos homenajes aquí y en todo el mundo! ¡Cuántas conmemoraciones! Dicen que el 14 de junio de 1986, Jorge Luis Borges murió en Ginebra. Dicen que se fue de este mundo, calladamente, y que no está más.
Es cierto que desde entonces no lo volvimos a ver caminando por las calles de esta ciudad de Buenos Aires, sobre todo por las que están próximas a la Plaza San Martín.
No lo vimos más en compañía de su bastón, ni en la confitería Saint James de la esquina porteña de Córdoba y Maipú (que no soportó su ausencia y desapareció también), ni en la librería La Ciudad de la hoy solitaria Galería del Este, ni apoltronado en su famoso sofá del departamento de la calle Maipú 994, en un sexto piso.
No, no lo vimos más por esos lares, ni lo oímos más pidiéndole a los extranjeros que le recitaran el Padrenuestro en su idioma, cuanto más exótico, mejor (él lo conocía, de memoria, hasta en islandés antiguo). Su estampa de señor mayor, de aspecto cuidado y pasos trémulos, titubeantes por la ceguera, siempre apoyado en algún brazo amigo o amado, hace rato que no los vemos más.
Pero ¿quién dijo que realmente ha fallecido?
No, no lo creemos así. Al contrario, creemos que es el escritor más vivo de los escritores muertos. Al menos, de los del siglo pasado, y, al menos de esta zona del mundo. Y, la verdad es que la zona de influencia en que Borges sigue vivito y coleando se extiende mucho más lejos y abarca una cantidad muy grande de países en todos los continentes.
Eso lo saben bien los críticos, los exégetas, los estudiosos de la literatura universal de nuestro tiempo.
Nosotros lo vemos y escuchamos muy a menudo, con su sonrisa, su leve tartamudeo, sus ironías y la agudeza de su pensamiento cuando encendemos la pantalla de nuestro televisor, en algún fragmento de sus conferencias o respondiendo las preguntas de distintos entrevistadores internacionales que tuvieron la fortuna de tenerlo sentado frente a frente y hacerle las preguntas habidas y por haber.
Está ahí, hoy, en el año 2011, delante de nuestros ojos. ¿Cómo que se ha muerto?
Alberto Girri aseguraba que tras la muerte de un escritor se cierne sobre él un manto de olvido que, en su opinión, duraba unos 20 años.
Borges rompe todas las reglas o es la gran excepción a esa regla.
El Borges-escritor está más vivo que nunca. Nos parece que se ha convertido en un caso único. Porque, además, se ha vuelto un creador incuestionable, indiscutible. ¿Quién va a cuestionar hoy día su genio? Todavía, en su propio país, se podrán recordar algunos viejos enconos, ligados a su ideología, a sus preferencias literarias, a algunos prejuicios personales. Pero ¿qué ser humano puede ser aceptado por todos? Lo importante es que Borges, con sus defectos y virtudes, fue un buscador incesante y desesperado de la ética y una persona esencialmente libre.
Pero, claro, todo eso tiene que ver con su persona y, para muchos, puede ser anecdótico. Su literatura es la que lo supera ampliamente, convirtiéndolo en un monstruo sagrado. Podrá gustar más o menos, pero nadie puede negar su magia, su fascinación, su inteligencia, su metafísica y su profundidad.
La discusión acerca de la coherencia entre personalidad y obra es una vieja discusión donde no se ha llegado a ningún acuerdo. Hay quienes sólo consideran relevante la trascendencia del trabajo, como lo único perdurable y acaso perpetuo; otros, no pueden separar el trabajo del hombre.
Y, posiblemente, ambos tengan razón desde su punto de vista cuando esgriman sus argumentos. Pero, en el caso de Borges, hasta estas discusiones parecen hoy estar de más.
Porque la vigencia creciente de su obra habla de un fenómeno que podríamos llamar "metaliterario", algo realmente excepcional. Los estudios de todo tipo que se han hecho, se hacen y se seguirán haciendo sobre sus textos hablan de un autor vivo, originalísimo, siempre actual, es decir, eterno.
En 1982, ya Susan Sontag dijo en un reportaje: "Hoy no existe ningún escritor viviente que importe más a otros escritores que Borges". Y a diez años de la muerte de éste, en una carta imaginaria, dirigida a él, Sontag le confesaba a Borges: "Todavía seguimos aprendiendo de usted, lo seguimos imitando. Usted seguirá siendo nuestro modelo y nuestro héroe".
Resulta interesante buscar algunas ideas de Borges acerca de su propia muerte, sabiendo de su agnosticismo, reiteradas veces declarado.
Ya a la edad de 50 años, en el poema Límites manifestaba: La muerte me desgasta, incesante. Es apasionante revisar, sobre todo, sus poemas de la última década, empezando por The thing I am (del libro Historia de la noche, 1977) donde sostiene: Soy a veces la dicha inmerecida. / Soy el que sabe que no es más que un eco, / El que quiere morir enteramente.
En El Ángel (del libro La cifra, 1981) hace la siguiente invocación: Señor, que al cabo de mis días en la Tierra / yo no deshonre al Ángel.
Para leer luego esos significativos versos del poema que da nombre al libro, donde expresa esta idea: Yo sé que alguien, un día / podrá decirte verdaderamente: No volverás a ver la clara luna, / Has agotado ya la inalterable / suma de veces que te da el destino / (…) Vivimos descubriendo y olvidando / esa dulce costumbre de la noche. / Hay que mirarla bien. Puede ser la última.
Hay un poema conmovedor de su último libro, Los conjurados, escrito un año antes de su partida, que tituló Piedras y Chile, referido a esa esquina de Buenos Aires por donde tantas veces había andado: Los reveses / de la suerte no cuentan. Ya son parte / de esa dócil arcilla, mi pasado. (…) Sólo me queda la ceniza. Nada. / Absuelto de las máscaras que he sido, / seré en la muerte mi total olvido.
¡Cuánto se equivocó en esta manifestación de modestia! Nada más ajeno a su literatura y a su persona que el olvido.
En una de sus charlas, encaró directamente el tema de su propia muerte, diciendo: Me parece que debo morirme, y pronto. (…) Quizá cuando llegue el momento de la muerte, me mostraré muy cobarde. Aunque, en general, yo habré visto varias agonías al cabo de 84 años. (…) Y bueno, la muerte sería un viaje, desde luego superior a los siete viajes de Simbad. Sería un viaje mucho más grande, ¿no?
En una entrevista que le hiciéramos en su casa, a fines de los años 70, nos confesaba acerca de ese gran misterio: Yo estoy listo para morir en cualquier momento. Si usted me dijera que voy a morir en media hora, yo le contestaría: "Qué alivio, qué simplificación, terminar con todo y sobre todo terminar con Borges que me tiene cansado". Y más adelante, nos respondería con contundencia: Yo espero que mi muerte sea definitiva.
Dicen que Borges murió el 14 de junio de 1986, a la edad de casi 87 años en Ginebra, tras padecer un cáncer de hígado.
En sus propias palabras, esa sería "la muerte del cuerpo". Nosotros creemos que, en realidad, los muertos no mueren nunca, por lo menos en nuestros recuerdos. Y, en el caso de un escritor de la talla de Borges, además de las remembranzas que son más que vívidas para los que tuvimos la dicha de conocerlo, sus textos traducidos a tantos idiomas lo hacen universal e inmortal.
María Kodama sólo festeja la fecha de su cumpleaños, cada 24 de agosto, que es una manera de celebrar un nacimiento perenne, una vida sin final.
Dijeron e insistieron en que Borges murió el 14 de junio de 1986. Nosotros no le hacemos caso a esos rumores. Creemos que Borges no murió nunca.

Fuente : La Gaceta -Tucuman
Alina Diaconú
19 de junio de 2011

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